Cuando el director de Mobilitynews me pidió que escribiera sobre mi coche clásico favorito no tardé ni medio segundo en traer a mi cerebro la imagen del Ford Capri 2.8i. Realmente, a mi mente vinieron dos imágenes: la del Capri y la del otro coche de mis sueños, el Lamborghini Countach. Pero mientras que el Lamborghini Countach era un superdeportivo exótico, un póster colgado en la pared, un sueño inalcanzable, el Ford Capri 2.8i era el coche de ensueño posible, un coche que ofrecía imagen, diversión y prestaciones a un precio razonable con un buen nivel de practicidad (cuatro plazas y maletero aceptable). Era el sueño alcanzable para muchos jóvenes y entusiastas en Europa.
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Ford Capri 2.8i: con motor V6 de 160 CV
A finales de 1981, cuando me sacaba el carnet B y mi interés por los coches se disparaba ante la posibilidad de poderlos conducir, devoraba todas las revistas de motor de la época. De hecho, aún conservo los catálogos de Autopista y Velocidad en los que aparecían aquellos automóviles que yo deseaba.
Del Ford Capri 2.8i me gustaba todo. Las versiones MK1 y MK2 me atraían mucho. Y el MK3 se popularizó en la serie televisiva The Professionals (Los Profesionales) que se emitía en España desde finales de los años 70. En cuanto a la presentación del motor 2.8 V6 en el Salón de Ginebra de 1981, aquello fue porno duro para mí.
Con inyección de combustible, ese propulsor rendía en torno a 160 CV y sus prestaciones eran muy respetables para la época y su precio: aceleraba de 0 a 100 km/h en unos 8 segundos y superaba los 210 km/h. Además, el Ford Capri 2.8i utilizaba una suspensión delantera independiente (McPherson) y una ballesta semielíptica con eje rígido en el tren posterior, algo anticuada para la época y por detrás de uno de sus principales competidores: el Opel Manta. Pero, en mi caso, sus muy superiores prestaciones inclinaban la balanza del lado del deportivo de la firma del óvalo.

Un Capri en el garaje para sacarlo a pasear
A pesar de ser un coche relativamente asequible, por unas circunstancias u otras, finalmente nunca lo llegué a tener. Al menos totalmente, porque, tiempo después, uno de los coches que pasaron por mis manos fue el Ford Granada 2.8i Ghia de las últimas series, por lo que pude presumir de lo que aquel V6 (de 150 CV en el Granada y más domesticados que en el Capri, como correspondía a una berlina) debía hacer sentir bajo el capó de un Capri y su eje rígido.
Hoy, más de 40 años después de todo aquello, no me importaría lo más mínimo disfrutar de la presencia de un Ford Capri 2.8i en mi garaje, sacarlo a pasear de vez en cuando y demostrar cómo los 15 litros de consumo a los 100 km se quedan muy cortos cuando se hace bramar el V6, con la aguja del cuentavueltas acariciando las 6.000 rpm y los neumáticos traseros levantando una nube de humo blanco.
No creo que eso llegue a suceder nunca. En la actualidad, el precio de este modelo es proporcionalmente más alto que cuando era nuevo. Pero en mi rostro no se vería ningún atisbo de pena ni de arrepentimiento cuando, con las muñecas esposadas, me dirigieran al calabozo acusado de abusar de él y de cometer un delito ecológico. Eran otros tiempos. Eran otros coches.
10 de mayo de 2025. Por Miguel Ángel Fernández. Fotos: Ford / Archivo / Newspress UK.
