El 5 de mayo de 1961, Alan B. Shepard hizo historia al convertirse en el primer estadounidense en realizar un vuelo suborbital. Y a su regreso a la Tierra fue obsequiado con un Chevrolet Corvette personalizado. Comenzó así una estrecha relación entre los astronautas de la NASA y General Motors. Hasta casi el final del programa Apolo, la mayoría de aquellos exploradores del espacio utilizó el legendario deportivo de Chevrolet para sus desplazamientos.
El 20 de julio de 1969 –madrugada del 21 de julio en España–, Neil Armstrong culminó una de las mayores gestas logradas por el hombre. El astronauta estadounidense se convirtió en el primer ser humano en pisar la Luna. Y si bien resultaron ininteligibles para cientos de millones de telespectadores, sus palabras al descender del módulo lunar Eagle acabarían convirtiéndose en una de las citas más célebres de la historia: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad”.
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La misión Apolo 11, en la que también participaron Edwin Eugene Buzz Aldrin y Michael Collins, culminó su hazaña a las 12:50 horas del 24 de julio con el amerizaje del módulo de mando en aguas del océano Pacífico. Gracias a aquella proeza se cumplió el deseo expresado por John Fitzgerald Kennedy en 1961: llevar un hombre a nuestro satélite, y devolverlo sano y salvo a la Tierra, antes de que finalizase la década de los años sesenta. Al elegir la Luna, el presidente norteamericano puso la meta de una carrera espacial que EEUU acabó ganando. Un sueño, sin embargo, que no pudo ver hecho realidad –el dirigente fue asesinado en una visita a Dallas en 1963–.

Liderazgo soviético
Pero, lógicamente, para que hubiese una meta antes tuvo que existir una salida. La carrera espacial –como veremos, con una estrecha vinculación al mundo del automóvil en el caso de EEUU– dio comienzo en 1957 con el lanzamiento del primer satélite artificial. Con el Sputnik 1, la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) iniciaba su particular conquista del espacio. Y alarmaba a la opinión pública estadounidense. ¿Cuál era la finalidad de aquel artefacto esférico y dotado de cuatro antenas que orbitaba la Tierra a una velocidad de 29.000 km/h? ¿Qué significado tenía el bip-bip que emitía? ¿Cómo un país aparentemente más atrasado había sido capaz de adelantarse a EEUU en materia de exploración espacial?
Ante la aparente indiferencia del presidente Dwight D. Eisenhower, el liderazgo soviético más allá de la atmósfera terrestre fue claro y notorio a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Una superioridad que alcanzó tintes épicos en abril de 1961 cuando Yuri Gagarin tuvo el privilegio de convertirse en el primer ser humano en viajar al espacio y completar una órbita alrededor de la Tierra. ¿Cuándo reaccionarían los estadounidenses?
Primera leyenda
Concretamente, un mes más tarde. El 5 de mayo, para ser exactos, Alan B. Shepard, astronauta perteneciente al programa Mercury, emuló la heroicidad de Gagarin, si bien su vuelo no llegó a ser orbital al no alcanzar la altitud y velocidad suficientes. A pesar de ello, a sus compatriotas no pareció importarles demasiado que el paseo fuese suborbital. Shepard ya era una leyenda y como a tal se le trató de regreso a la Tierra.
En el caso de Chevrolet, Zora Arkus-Duntov, a quien se atribuye la paternidad del deportivo, persuadió a la alta dirección de la marca para que le entregase un Corvette a Alan B. Shepard. Algo que el astronauta agradeció, pues era un apasionado del modelo que vio la luz en 1953. Buena muestra de ello es que le compró un Corvette usado a su suegro por 1.500 dólares en 1954. Y cuando se presentó a la capacitación del programa espacial en 1959, conducía otro de segunda mano de 1957. Según parece, el astronauta utilizó una decena de unidades de tan icónico modelo a lo largo de su vida.

Jim Rathmann
Con la entrega de aquel Chevrolet Corvette de color blanco e interior personalizado a Shepard por parte de Edward N. Cole, presidente de General Motors, podría afirmarse que se oficializó una relación entre Chevrolet y los astronautas de la bisoña Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) que duró una década. Algo a lo que contribuyó el piloto de automovilismo Jim Rathmann.
Dos años antes, al volante de un Watson con motor Offenhauser, el californiano se impuso en las 500 Millas de Indianápolis. Y en 1961 pasó a gestionar un concesionario de Chevrolet y Cadillac en Melbourne (Florida), localidad situada a menos de 50 kilómetros del centro espacial de Cabo Cañaveral. Rathmann, pues, no tardó en entablar amistad con la mayoría de los astronautas, especialmente con Alan B. Shepard, Virgil Gus Grissom –quien, años después, perdió la vida a consecuencia del incendio originado en la cabina del módulo de mando del Apolo 1 (1967)– y Gordon Cooper.
Jim Rathmann convenció a Edward N. Cole para establecer un programa que proporcionara a cada astronauta un par de vehículos nuevos cada año al precio simbólico de un dólar. Como era de esperar, casi todos aquellos conquistadores del espacio eligieron un Corvette para uso particular y un automóvil familiar para sus esposas, si bien hubo desertores –Scott Carpenter, por ejemplo, se decantó por un Shelby Cobra, mientras que John Glenn optó por un pequeño NSU Prinz alemán–.
Por aquellos días, quienes visitaban el centro espacial de la NASA en Houston podían admirar una serie de Chevrolet Corvette alineados en el aparcamiento. Y Shepard y Grissom, a bordo de sus respectivos deportivos, no dudaban en sacar a relucir su espíritu racing en las carreteras costeras de Florida. “Alan era un auténtico piloto. Siempre quiso ser el más rápido”, recordó Rathmann en una entrevista publicada en 1998.
En opinión de Jerry Burton, historiador y exeditor de la publicación Corvette Quarterly, “en la década de los años sesenta, los astronautas eran héroes idolatrados por los niños y respetados por los adultos. Que muchos de ellos condujeran un Corvette contribuyó a que el modelo de Chevrolet se convirtiera en el deportivo de moda en EEUU”.
Chevrolet AstroVette
En la historia de la relación entre el Chevrolet Corvette y los astronautas de la NASA, llama la atención que no se desarrollasen unidades especiales para los protagonistas de las dos misiones más simbólicas: Apolo 11 (1969), al tratarse del primer alunizaje, y Apolo 17 (1972), por ser la última que visitó nuestro satélite.
Por el contrario, quienes sí decidieron desmarcarse del resto fueron los integrantes de la misión Apolo 12 (1969). Charles Pete Conrad, Alan L. Bean y Richard Dick Gordon solicitaron que sus Corvette Stingray tuvieran una decoración especial. El resultado fueron tres unidades, en cuya creación participó el prestigioso diseñador Alex S. Tremulis –entre otros, implicado en el proyecto del Tucker Torpedo–, en color Riverside Gold combinado con negro. Y personalizadas con una insignia de tres colores –los de la bandera estadounidense– y las siglas de cada cargo: CDR (comandante), CMP (piloto del módulo de mando) y LMP (piloto del módulo lunar).
Ultimados los Corvette, y antes de poner rumbo a la Luna, los astronautas participaron en una sesión fotográfica, junto a sus flamantes deportivos, para la revista Life –la publicación tenía un contrato exclusivo que, a cambio de reportajes como este, les proporcionaba un jugoso sobresueldo a los miembros de las misiones espaciales–.
De aquellas tres piezas únicas, el coleccionista Danny Reed tuvo la fortuna de adquirir el Corvette de Alan L. Bean, por 3.200 dólares, en una subasta de General Motors celebrada en 1971. Se trata de una unidad del bautizado como AstroVette, equipada con un propulsor 7.0 V8 de 390 CV, que, convenientemente restaurada, ha sido expuesta en diferentes eventos en EEUU. Una auténtica joya al alcance del gran público… ¡gracias a las réplicas en miniatura!

Segunda adquisición
Y no solo eso. Reed, conocido como el Sherlock Holmes de los Corvette, y con contactos que nada tienen que envidiar a la chiquillería –los irregulares de Baker Street– que suministraba información de interés al famoso detective creado por sir Arthur Conan Doyle, localizó otra pieza codiciada en 2017. En el transcurso de un evento celebrado en el Circuito de las Américas de Austin (Texas), recibió una llamada que le comunicaba un nuevo hallazgo: al parecer, había sido encontrado otro Corvette perteneciente a un astronauta de la NASA.
El descubrimiento resultó ser uno de los deportivos destinados a los integrantes de la misión Apolo 15 de 1971, que, como los AstroVette de 1969, tuvieron una decoración especial. Tras examinarlo, se determinó que era el Corvette del piloto del módulo de mando Alfred Worden, en color blanco Classic y con bandas azul y roja –el de Scott se pintó en azul Bridgehampton con rayas roja y blanca y el de Irwin lucía un rojo Mille Miglia con bandas azul y blanca–. Como era de esperar, Danny Reed no lo dudó y formalizó su adquisición al instante. Junto al AstroVette de Alan L. Bean, este coleccionista puede presumir de conservar dos unidades históricas del mítico Corvette.
Además de ellas, a tenor de la información publicada por Air & Space Magazine, otros aficionados conservan los Chevrolet que condujeron en su día Virgil Gus Grissom, Neil Armstrong y Jim Lovell. Probablemente, los únicos supervivientes de una serie de vehículos de gran valor histórico.
Película y desfile
Antes de aquella segunda compra de Reed, la relación de los astronautas con el deportivo americano quedó plasmada en la película Apolo 13 (1995). En el filme dirigido por Ron Howard se utilizaron un par de Corvette de la época –la misión se llevó a cabo en abril de 1970–, uno de los cuales fue conducido en el largometraje por el actor Tom Hanks, quien interpretaba al comandante Lovell.
Y en mayo de 2001, con motivo del 50 aniversario del histórico vuelo suborbital de Alan B. Shepard, numerosos astronautas participaron en un desfile de Chevrolet Corvette en Cocoa Beach (Florida). Un emotivo evento coordinado por John T.R. Dillon III, ingeniero de seguridad en el Centro Espacial Kennedy y miembro del Cape Kennedy Corvette Club fundado en 1967, entre otros entusiastas, por algunos de los pioneros de la NASA que exploraron el espacio exterior.

Eugene Cernan
Ya en 2009, quien esto firma tuvo la oportunidad de conocer a Eugene Cernan en un encuentro promocional en Madrid. Con un físico que se asemejaba al de un veterano actor de Hollywood, participó en tres misiones espaciales y siempre será recordado por ser el último astronauta que pisó la Luna en 1972. “El reto estadounidense de hoy ha forjado el destino del hombre del mañana”, fueron sus últimas palabras antes de hacer despegar el módulo lunar del satélite.
La conversación con Cernan fue de lo más amena. Sobre su participación en la misión Apolo 10 –un ensayo de la exitosa Apolo 11–, bromeó al comentar que “le allanamos el camino a Armstrong para que no se perdiera”. Asimismo, tuvo un mensaje para los escépticos. “Sí, realmente estuve en la Luna. La verdad no necesita ningún tipo de defensa y nadie puede negar la existencia de las huellas que dejamos allí”, manifestó sereno pero con rictus serio.
El encuentro con los medios de comunicación llegaba a su fin. Yo me quedé con ganas de preguntarle a Eugene Cernan por las características y el funcionamiento del vehículo lunar de reconocimiento (LRV, por sus siglas en inglés). Y ya puestos, por los Corvette que pudo conducir gracias a un programa de cesión de automóviles que se canceló en 1971.
Por todo lo expuesto, en 2018 me pregunté por qué, en lugar de un Tesla Roadster, no se lanzó un Corvette en el vuelo inaugural del cohete Falcon Heavy. Inocente de mí: ¡el empresario Elon Musk se encontraba al frente tanto de Tesla como de SpaceX! Quizás en otra ocasión…
3 de abril de 2025. Por Bernardo Valadés. Fotos: General Motors / Historic Vehicle Association (HVA) / Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA)
El reportaje original del autor fue publicado en el número 192 de la revista Coches Clásicos.
