Sergio Colomino no es conductor de automóviles. Pero sí conduce –muy acertadamente, por cierto– el pódcast ‘Datos, datos, datos’ dedicado a la figura de Sherlock Holmes. Al preguntarle por su coche clásico favorito, Colomino ha mirado por su particular retrovisor y ha elegido el SEAT Ritmo CLX que conducía su padre en las excursiones de fin de semana y las vacaciones.
Mi padre ha sido uno de esos privilegiados que durante toda su vida pudieron ir al trabajo a pie. Más aún, recuerdo que su jornada se interrumpía al mediodía y le daba tiempo de volver a casa, comer y echarse una siesta de 15 minutos antes de regresar. No es de extrañar, por tanto, que los recuerdos de nuestro coche estén siempre relacionados con las salidas de fin de semana o las vacaciones, los únicos momentos en que mi padre se ponía detrás del volante.
Te puede interesar: SEAT 131, Citroën DS y GM Firebird III: mi garaje soñado
He dicho “nuestro coche” porque, si bien tuvimos varios, mi memoria se centra en aquel que conservamos durante algo más de una década, el SEAT Ritmo CLX (nunca supe qué significaban esas siglas) de color gris, unos faros redondos por delante que siempre me parecieron que expresaban sorpresa y unos pilotos con forma rectangular detrás que esbozaban una especie de sonrisa tranquila.
En el interior, unos asientos de un tejido rasposo para el que mejor era no llevar pantalón corto y que, en un viaje particularmente aburrido, me dediqué a morder, dejando una marca que a mi padre le gustaba señalar para recordarme lo que había hecho.
SEAT Ritmo CLX: el coche de las vacaciones y los fines de semana
Cada verano, cargábamos el SEAT Ritmo hasta arriba para disfrutar de nuestras vacaciones, colocando una baca con varios estratos de sillas, mesas plegables, maletas y demás utensilios convenientemente tapados y atados.
Mientras, en el interior, mi hermano mayor y yo nos apiñábamos en un espacio en el que no habría entrado un adulto por culpa de más maletas y objetos, aguantando estoicamente las horas de viaje sin aire acondicionado (o un supuesto “aire” que entraba del exterior por una rejilla y hacía las veces de refrigeración, según aseguraba la guía de uso).
También algún domingo, cuando el tiempo lo permitía, el SEAT Ritmo nos llevaba a la playa para disfrutar de las olas o al campo para preparar una barbacoa. En estas ocasiones, a veces mi padre abría el capó y me quedaba fascinado con lo que allí se ocultaba: una rueda de repuesto que, afortunadamente, jamás tuvimos que usar, el líquido de frenos en un receptáculo que siempre me pareció demasiado pequeño para una responsabilidad tan grande o aquella varilla que extraía de vez en cuando para comprobar el nivel del aceite.
Tras cumplir sobradamente con su servicio, mi padre dio de baja al buen Ritmo para adquirir un modelo más nuevo y moderno, que tampoco sería el último de nuestros coches. Para entonces me encontraba ya al final de la adolescencia y el encanto de los viajes había desaparecido. Pero el recuerdo de aquel compañero de aventuras me sigue acompañando hasta hoy, cuando el azar me hace coincidir con algún otro Ritmo y me topo con su mirada de sorpresa observándome desde esos faros desorbitados.
19 de diciembre de 2024. Por Sergio Colomino (director del pódcast Datos, datos, datos sobre Sherlock Holmes). Fotos: SEAT Históricos.